Hoy hace un año debuté como padre. Ha sido el año qué más rápido se me
ha ido en los 31 que tengo de estar respirando el tóxico aire de la
CDMX.
Este año ha estado lleno de aprendizajes, desesperaciones,
autoconocimiento y, aunque no lo demuestre como todos esperan,
felicidad.
No quiero caer en el cliché de todo padre mentiroso, ese donde asegura
que sus hijos les han traído sólo felicidad, porque ahora que tengo uno
les creo todavía menos que cuando no me había reproducido. Un hijo te
trae alegría pero también problemas, incluso cuando es un hijo planeado
como fue el caso del mío, muchos problemas.
Noches de dormir en periodos de hora y media, peleas con tu mujer por no
estar de acuerdo en ponerle suéter al niño bajo el sol a 24 grados
centígrados, angustia de ver que tu presupuesto está mas que volado por
lo pagos de guardería , pediatras, pañales y tus nulas ganas de cambiar
hábitos que hoy ya no puedes mantener, quedarte dormido sin cenar y
despertar a las 2 todavía con la ropa puesta, limpiar el batidero de
papilla que no se quiso comer. Todo eso que se borra con una sonrisa de
ese pequeño conjunto de tus genes y los de tu esposa cuando entras al
cuarto y te ve después de 5 minutos de no verte, una eternidad para él.
Tener un hijo me ha ayudado a confirmar muchas de las cosas que solía
decir antes de estar casado. La intención de este post es retomar esta
bitácora para plasmar todo lo que he confirmado de aquellas frases que
hoy todo el mundo me echa en cara y dejar testimonio de lo que he
aprendido en este contrato social conocido como matrimonio.
Mientras lo anterior pasa no quiero dejar pasar la oportunidad de
apuntar que hace 365 días, a las 21:08 horas vi la cara del que espero
sea mi único heredero y creo que nunca había sentido con tanta claridad
eso que llaman felicidad.
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